Amelia al ballo, el rasgo inicial de un genio
La primera obra que hizo conocer el nombre de Giancarlo Menotti fue una ópera bufa que el joven compositor (26 años de edad) compuso y estrenó en 1937 en Filadelfia: Amelia al ballo (Amelia va al baile), cuyo libreto escribió él mismo —según su casi permanente costumbre—, y que es la única ópera que hizo en idioma italiano (aunque inmediatamente tradujo el texto al inglés, lengua en la que se estrenó en los EE. UU., como Amelia Goes to the Ball). Tratándose de un compositor italiano, la obra tuvo luego su estreno europeo, en el teatro Alla Scala de Milán. A partir de este éxito enorme, Menotti fue requerido habitualmente para componer obras que fueron otros tantos desafíos y consiguientes éxitos: por ejemplo, la primera ópera concebida para la radio (La solterona y el ladrón), la primera hecha especialmente para la televisión (Amahl y los visitantes nocturnos), y una de las primeras óperas con personajes extraterrestres (¡Socorro!, los globolinks).
Sin duda, Amelia al ballo debe el nombre de la protagonista (único personaje con nombre propio) a la protagonista de Un ballo in maschera, de Verdi: he aquí otra vez reunidos una Amelia y un baile…
La versión que hoy les ofrecemos de Amelia al ballo fue publicada en Argentina en disco LP, del sello Ángel, de Industrias Eléctricas y Musicales Odeón, bajo el número LPC 11648. El elenco es exactamente el mismo que estrenó la ópera en la Scala:
Amelia, soprano Margherita Carosio
El Marido, barítono Rolando Panerai
El Amante, tenor Giacinto Prandelli
La Amiga, contralto María Amadini
El Comisario de policía, bajo Enrico Campi
Camareras 1ª y 2ª, mezzosopranos Silvana Zanolli y Elena Mazzoni
Coro y Orquesta del Teatro Alla Scala de Milán
Director del coro, Vittori Veneziano
Director, Nino Sanzogno
Amelia al ballo, argumento
La acción tiene lugar en Milán, durante las primeras horas de una noche de 1910, en la residencia de una acomodada familia burguesa. La escena representa el dormitorio de Amelia. En el fondo, un amplio ventanal se abre sobre un espacioso balcón por el cual se divisará luego, al abrirse aquél, una vista parcial de la vieja ciudad, iluminada por el claro lunar. Una alcoba, una puerta de acceso, una mesa enana sobre la cual hay un florero lleno de rosas, y una mesita de tocador que, ricamente adornada y provista de un gran espejo, prevalece simbólicamente sobre los restantes muebles.Al levantarse el telón, Amelia, todavía en ropa interior y luciendo un rico y ceñido corset fin de siglo, ultima nerviosamente sus preparativos para el primer baile de la temporada social. Mientras Amelia marea a las dos camareras con sus continuas exigencias, la Amiga, que la espera para ir al baile con ella y con su marido, da muestras de justificable impaciencia. (Duettino: «La notte, la notte è troppo breve».)
La entrada del Marido («Non si va, non si va più») es un balde de agua fría para la alocada alegría de las dos damiselas. La Amiga, tras esbozar un gesto de resignación, se despide de Amelia con un irónico «Addio» y del Marido con un malicioso «Buona sera!», se marcha sola, y Amelia desfoga instantáneamente su indignación. No durará mucho al conocer de labios de su Marido el motivo de la decisión. ¡Como para ir al baile, cuando él acaba de interceptar la carta apasionada de un presunto amante de su mujer! El Marido se manifiesta dispuesto a partirle la cabeza de un balazo.
Amelia comienza por negar con el mayor descaro, y concluye al cabo por no poder disimular su inquietud, mas ésta nada tiene que ver con el temor que la actitud de su cónyuge pudiera causarle, ¡sino con el de ver frustrado su proyecto de ir al baile!
El Marido exige el nombre de ese amante que firma ridículamente «Bubi». Y Amelia propone un pacto que las partes se comprometerán a respetar: se lo dirá, siempre y cuando el Marido le prometa que, una vez revelado el secreto, llevará al baile a su consorte. El Marido accede naturalmente a contraer un compromiso que su indignación le inducirá luego a no cumplir. Ella le revela que el Amante vive en el piso superior.
El Marido sale esgrimiendo su imponente pistola, dispuesto a lavar con sangre la afrenta inferida a su honor. Apenas queda sola, Amelia reflexiona, y se alarma ante la posibilidad de que una disputa auténtica entre los dos hombres pueda hacer peligrar aún más sus posibilidades de asistir a aquella primera gran recepción de la temporada social. Y, saliendo al balcón, llama al Amante, rogándole que huya sin pérdida de tiempo.
Así lo hace el interesado, deslizándose por una cuerda anudada (con la que ambos están demasiado familiarizados para no pensar que sirvió ya para proveerles otras entrevistas) hasta el balcón de Amelia. Romántico y apasionado, él propone a su vez un rapto. No obstante lo mucho que la tienta tal proposición, Amelia no se decide a considerarla: por el momento, su única preocupación es el baile: que la reitere luego y ya se verá. Antes de que pueda convencer al sorprendido galán de enhiestos bigotes, se oyen ruidos que denuncian la proximidad del Marido. No habiéndolo encontrado en el piso, éste regresa en efecto, sin que por el momento haya disminuido un ápice su indignación original. Sosegados sus arrestos de valentía por el anuncio de que el Marido esgrime una imponente pistola, el Amante trata de regresar por la cuerda a la planta superior. Para colmo de su mala suerte, la cuerda se rompe y apenas si le queda el tiempo indispensable para ocultarse en el único lugar posible: disimulándose entre los profusos adornos del elegante tocador.
El hallazgo de la cuerda excita las sospechas del Marido, quien descubre por fin al Amante y lo encañona con su arma, mientras Amelia, a punto de asustarse de verdad, se refugia en un ángulo. Mas la pistola ha fallado, y el Amante, hombre más fornido y varios años más joven que el Marido, recupera el ánimo perdido, en tanto que su rival, llamado a la realidad por la nueva situación, se pronuncia por llevar la cuestión al terreno del razonamiento y la lógica («Piano! Piano! Ragioniamo. Non commeta un’imprudenza»). Amelia, aburrida e impaciente, recuerda al Marido que debe acompañarla al baile.
Francamente interesados en su discusión, que pone en la balanza los derechos del amor frente a los del matrimonio, los dos caballeros hacen caso omiso de los incesantes ruegos de la impaciente dama. Y cuando el Marido le reprocha su impertinencia con un dejo de rudeza («Sei molesta come una mosca!») ella concluye por romperle en la cabeza el gran vaso de terracota que contenía las flores.
El Marido cae exánime. Por un momento, Amelia se siente perdida; luego, mientras el Amante trata en vano de reanimar a su rival, se asoma al balcón para pedir socorro a grandes voces.
Vecinos y agentes de policía hacen irrupción en el aposento. Imprevistamente, Amelia —que acaba de tener una diabólica ocurrencia—, denuncia al Amante como un ladrón que atacó al Marido al verse sorprendido por éste. El Amante se resiste a creer lo que oyen sus oídos. Prefiere creer por un momento que, excitada por los acontecimientos, Amelia ha perdido el contralor de sus ideas. Ha soñado, acaso. ¡Que despierte y revele a todos quién es su verdadero amor!
Al oírlo, los presentes lo toman a su vez por un loco. Máxime cuando Amelia, muy dueña de sí, asegura no haberlo visto jamás. El Comisario hará sacar de allí, severamente custodiado, a aquel infeliz. Y también el cuerpo del Marido (que reaccionó por un momento, pero ha vuelto a desvanecerse sin sentido al advertir a su alrededor toda aquella barahúnda) ha de ser llevado, hasta una ambulancia, donde lo trasladarán hasta un puesto próximo de primeros auxilios.
Amelia estalla en lágrimas. El Comisario de policía se siente conmovido, y, fatuo y galante, se propone consolarla. No tendrá por qué desesperarse, puesto que ha salvado sus joyas y su dinero, y la lesión del Marido no parece mayormente seria. Amelia le aclara entonces que la razón de su llanto no es otra que verse por fin privada de ir al baile, al tan ansiosamente esperado primer baile de la temporada social, puesto que, sola, no podrá ir. El Comisario le asegura de que, a riesgo de que se lo tome por un presuntuoso, se pone a sus órdenes (¡encantado!, por cierto) para escoltarla al baile. ¿Qué otra noticia hubiera podido hacer más feliz a Amelia? Enjuto el rostro de lágrimas, acepta llena de alegría y ambos salen del aposento en pos de la pequeña multitud antes congregada en él: el Comisario muy orgulloso de su dama; ella, verdaderamente encantada.
La moraleja de la historia está a cargo del coro, que en los últimos compases nos asegura que «se donna vuole andare al ballo, al ballo andrá».
hoj,
ResponderEliminarQUALITY IS TERRIBLE
ONLY NOISE...
SO SORRY!
roger (F)
I know Roger, and I'm sorry. But it isn't my original file. It's a transcription from original LP, made by Ravanelli himself. He's trying to solve this problem.
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