Mahler: discografía esencial
La
Sinfonía Nº 4 de
Gustav Mahler marca la despedida del compositor del «universo Wunderhorn». Hasta entonces, la casi totalidad de sus obras (canciones y sinfonías) estaban inspiradas en los textos recopilados por Armin y Brentano en
Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del muchacho). La obra nació, una vez más, como un intento de Mahler por componer un poema sinfónico, pero seguiría el mismo destino que la
Primera y la
Segunda, convirtiéndose en una sinfonía. Sinfonía que, de paso, por su carácter luminoso (al menos en apariencia), el parentesco sonoro con las sinfonías de Haydn en el primer movimiento, y su más reducida instrumentación, parece un respiro antes del vendaval de las que iban a venir.
Iniciada en 1899 (dos años después del nombramiento de Gustav Mahler como
kapellmeister de la Ópera Imperial de Viena) y concluida en 1900, la
Cuarta fue estrenada en Múnich el 25 de noviembre de 1901, con la Orquesta Kaim, bajo la batuta del compositor. Resultó una sorpresa para el público, que esperaba algo de aspecto menos «clásico», acaso una creación tan monumental como sus predecesoras. Así, el estreno fue un relativo fracaso que poco haría prever el futuro de esta pieza que puede considerarse, junto a la
Primera y la
Quinta, como la más popular de Mahler.
Gustav Mahler. Retrato tomado en 1898. Un paseo por las nubes
La
Sinfonía Nº 4 está atravesada por la dulzura e inocencia en correspondencia con el poema elegido para el movimiento final, donde aparece una soprano:
Das himmlische Leben (La vida celestial). Es que tras el intento por construir un poema sinfónico-vocal en seis partes, Mahler descarta los segmentos vocales del plan inicial y sólo guarda para el final la canción inspirada en
Des Knaben Wunderhorn. «Lo que quería, en realidad, era escribir un humoresque sinfónico, pero la cosa acabó teniendo las dimensiones normales de una sinfonía», dejó escrito el autor, al respecto. Así, su
Cuarta acabó teniendo el siguiente esquema en cuatro movimientos, de unos 50 minutos de intepretación:
1. Bedächtig. Nicht eilen. Recht gemächlich.
2. In gemächliger Bewegung. Ohne hast.
3. Ruhevoll (Poco adagio).
4. Sehr behaglich (con texto de Des Knaben Wunderhorn).
El primer movimiento de esta obra (Bedächtig. Nicht eilen) inicia con unos célebres cascabeles y los oboes a un ritmo vivaz, que se atenúa con la entrada de las cuerdas. La aparente trivialidad a lo Haydn de este segmento oculta en realidad un complejo entramado de temas que se suceden, entre los que se deja incluso oír lo que podría considerarse un anticipo de la trompeta de llamada de la
Sinfonía Nº 5. Se imponen, sin embargo, dos temas, sobre los que Mahler trabaja una forma sonata de gran virtuosismo. La cándida belleza de este movimiento es seguida por una segunda parte, en la línea de un scherzo, más rústica y cuya principal característica es el sonido del violín principal, que debe estar afinado medio tono más alto para sugerir cierta diabólica maldad.
Mahler en un dibujo de Emil Orlik, fechado en 1899.
El tercer movimiento, con la forma sonata-rondó, es el lento (Ruhevoll. Poco adagio): una de esas páginas mahlerianas que derrochan sutil belleza, en el que es el segmento más largo de la obra. El final lo compone el Lied en el que puede cantar una soprano o un niño (Mahler imaginó que allí cantaba un ángel que contemplaba la belleza del cielo), y que finaliza con un pianísimo ensoñado y conmovedor. Allí se cantan, lejos de la espiritualidad etérea, las bellezas materiales del cielo, un paisaje en el que abundan la sensualidad corpórea, las buenas comidas y la fiesta. Un paraíso tangible e infantil, con reminiscencias epicúreas y elementos islámicos, si se permite la observación para un Lied de un compositor que acababa de convertirse, por razones prácticas, al catolicismo.
Del rechazo a la popularidad
Si, como decíamos, la
Sinfonía Nº 4 de Mahler tuvo un comienzo errático, hoy se muestra como una de sus obras más interpretadas y más grabadas. La belleza de su creación, su brillo frágil y su menor nivel de exigencia en cuanto a efectivos orquestales, hace posible ese presente. A la hora de buscar, entre todas, a las mejores grabaciones, no caben dudas de que la tarea no es fácil. Y es que la
Cuarta muestra no sólo el abordaje de directores que han llevado a Mahler por bandera, sino a algunos que tienen a ésta como única obra grabada del compositor austríaco. Por todo ello, nuestro recorrido por los mejores registros de esta obra será amplio y variado. E incluirá, por razones de calidad y no por un interés histórico, versiones de todas las épocas: desde las pioneras grabaciones de Mengelberg y Walter a recientes como las de Zinman y Fischer, pasando por las de Kletzki, Reiner, Barbirolli, Tennstedt y Sinopoli, sin olvidarnos, claro, de la mejor de todas: la de George Szell.
Mengelberg: una versión peculiar
La versión de
Willem Mengelberg de esta
Cuarta sinfonía es uno de los documentos históricos más importantes en cuanto a las cualidades del director y también en cuanto a la libertad con que interpretaba a un compositor al que supo difundir, como pocos, en la mitad del siglo XX. La toma en vivo, en noviembre de 1939, de este concierto de la
Orquesta del Concertgebouw, que (polémica nazi aparte) Mengelberg haría grande, es un verdadero prodigio. No tanto por su nivel sonoro, que ha conseguido ser mejorado en las diversas ediciones, sino porque es ciertamente la versión de un director genial.
Versión no apta para «objetivistas», es quizá la
Cuarta de Mahler con más rubato de la historia, algo que salta al oído con la sola escucha del primer movimiento. No hay, sin embargo, nada fuera de lugar: los portamentos de Mengelberg son obras maestras y las cuerdas, en este caso, como en otros los bronces de la orquesta del Concertgebouw llevan a la obra al plano que se busca en el último movimiento, como si todo lo anterior fuera un sendero destinado a esa voz angelical, en este caso, la de una
Jo Vincent que consigue sonar infantil a pesar de la tendencia a la oscuridad de su registro. Uno de los hitos de la discografía mahleriana, sin duda, y que supera por nivel y personalidad a la pionera en esta sinfonía (es decir, al registro de nueve años antes, a cargo de Hidemaro Konoye y la Nueva Orquesta Filarmónica de Tokio).
Walter, con su sello
Con nueve versiones editadas en disco de la
Sinfonía Nº 4 de Mahler, su discípulo por antonomasia,
Bruno Walter, es también uno de los grandes intérpretes de la obra. Difícil es elegir una sola de sus versiones, pero en este caso, aunque su única grabación oficial corresponda a una con la Filarmónica de Nueva York (Sony, 1946), elegimos destacar la penúltima de las grabaciones disponibles: se trata del disco de 1955 (DG, con ediciones alternativas en Andante y en Andromeda), que registra un concierto al mando de la
Orquesta Filarmónica de Viena, y con la soprano
Hilde Güden como solista.
Las consabidas claridad y limpidez de Walter hallan aquí un buen ejemplo. Y es interesante comparar esta versión, o cualquiera de las de este director, con la de Mengelberg, pues muestra la pluralidad de enfoques que le daban a las obras de Mahler sus primeros difusores. Esta tardía versión del conductor tiene todo lo que puede pedirse del Mahler de Walter: en la aparente objetividad se esconde un lirismo no exento de aristas densas y pesimistas, un dejo de melancolía que reviste sobre todo los momentos a priori más luminosos de la partitura (el arranque con campanillas, el momento más evocativo del Ruhevoll, la sección media del último movimiento), al que se pliega a la perfección Güden, soprano austríaca, de raigambre mozartiana que no queda a la zaga de la versión, a excepción del comienzo de su Lied. Es cuando se suelta tras las primeras frases que encuentra su punto, sobre todo al darle a su canto una pátina infantil que no eclipsa su bella voz.
¿Es mejor esta
Cuarta por Walter que aquélla de 1950 con la New York Philharmonic o que la de 1960, de nuevo con la Filarmónica de Viena y la superdotada Elisabeth Schwarzkopf en el cuarto movimiento? Difícil es saberlo. En cualquier caso, esta versión en vivo de 1955 nos permite sentir la batuta maestra de Walter tocando a Mahler en su momento cumbre. Y eso es ya mucho.