Bartók: los tres conciertos para piano
El primer concierto
«Si el lector tiene la inquietud de comprar alguna de las composiciones de Bartók, encontrará que todas y cada una ellas consisten en un conjunto desordenado de notas sin significado, brindando la imagen como si el compositor se paseara sobre el teclado en botas. Algunas obras pueden ser tocadas mejor con los codos, otras con la palma de la mano. Ninguna de sus obras requiere de dedos para interpretarlas o de oídos para escucharlas», escribía un crítico musical cuyo nombre prefiero ignorar.
Hago esta cita para enmarcar el menos apreciado de los tres conciertos. Este tipo de comentarios eran comunes en la Europa contemporánea a nuestro autor; en vida, la obra y el arte de
Béla Bartók fueron poco apreciados. Empujado por las vicisitudes, la pobreza y la enfermedad, la vida de este gran maestro fue truncada en plenitud de su capacidad creadora, quizás demasiado pronto, cuando su reconocimiento empezaba a surgir.
Tal como cité en la entrega anterior, los tres conciertos para piano de Bartók fueron obras utilitarias y de supervivencia para ganarse la vida como artista. El primero no sería una excepción. En términos creativos, el conjunto abarca la mayoría de sus estilos de composición, sin embargo éste es quizás el más seco, difícil técnicamente y el menos melódico del conjunto.
Esta obra surge a principios de 1926, cuando Bartók estaba en medio de una sequía creativa que ya duraba tres años. Durante este período, básicamente, no había compuesto nada, salvo algunos arreglos o reducciones para piano de obras tempranas. Durante ese período alternó su tiempo ganándose la vida como pianista concertante y realizando constantes incursiones en la campiña húngara, fonógrafo al hombro, grabando, estudiando, analizando y sistematizando el folclore de su amada patria.
Siempre Bach
No fue hasta finales de 1926 que surgieron a la luz un conjunto de obras de la pluma de Bartók, la mayoría de ellas para piano solo, más su
Primer concierto para piano y el
Tercer cuarteto para cuerdas. En las notas que escribí para el blog Quinoff a propósito de los cuartetos, razonaba que este Tercer cuarteto es el más abstracto y minimalista de los seis: «Una década completa pasa entre el
Segundo y el
Tercer cuarteto para cuerdas. Acá la madurez de Bartók es total y ya está en la cúspide de sus habilidades creativas. Compuesto (el
Tercer cuarteto) en 1926…, la obra está construida formalmente en dos partes, mas sin embargo, con subdivisiones en ambas, así que para muchos, la obra posee cuatro movimientos. Esta increíble obra es la más breve en tiempo de duración, y está estructurada sobre la base de células temáticas pequeñas y muy concentradas, en el estilo de Webern, con una gran tensión en los cromatismos, particularmente en la coda final».
Hago la referencia al
Tercer cuarteto porque esta obra presenta aspectos que condicionan el estilo del
Primer concierto. El estilo que se integra en ambas obras revela una faceta adicional: en esos días Bartók estaba estudiando mucho la música barroca en general, y la de Bach en particular, y más concretamente
El arte de la fuga, cuya influencia sería muy notable en la expresión de muchas de las obras escritas entre 1926 y 1930.
Pocas notas en una estructura magistral
Al igual que el
Tercer cuarteto, los temas musicales en el
Primer concierto para piano se reducen a un mínimo de notas, algunas veces reducida a una sola y aislada, la cual es repetida insistentemente en intervalos de octavas o incluso (segundo movimiento) a una escala ascendente simple. Hay sin embargo, un notable manejo contrapuntístico de las ideas, en las cuales cada segmento recibe un tratamiento completo y cohesivo teniendo como aglutinador fundamental la presencia constante de ideas musicales folclóricas.
El piano, como en casi toda la obra de Bartók, es tratado básicamente como un complejo instrumento de percusión, en el cual el ritmo tiene prioridad aparente frente a la melodía, lo cual exige del pianista una capacidad de expresar la melodía subyacente dentro de expresión de la música. Acá, demasiado frecuentemente y por desgracia, muchos pianistas, algunos muy famosos, naufragan miserablemente, enfatizando la técnica sobre la expresividad.
El primer movimiento gravita sobre dos temas básicos, simples, de no más de siete notas repartidas en escalas ascendentes, los cuales son acentuados por un constante ostinato en los timbales y un eco melódico en los cornos, este escenario es desarrollado en células cromáticas disonantes en los bronces, acá el aglutinante entre los dos temas es entretejido con reelaboraciones armónicas de material folclórico.
El segundo movimiento es sencillamente genial, es uno de los muchos casos de «música nocturna bartokiana». La orquestación en esta sección de la obra es mínima y se reduce al piano, algunos instrumentos de viento y la percusión. En este contexto, el contraste con el tercer movimiento es espectacular, en el cual con pocas ideas temáticas se desarrolla una construcción armónica frenética, mezclándose y yuxtaponiéndose varios ritmos de danzas folclóricas húngaras.
El estreno de la obra se llevo a cabo en el Quinto Festival Internacional de la Sociedad Internacional de la Música Contemporánea, en Frankfurt, el 1 de julio de 1927, con el compositor como solista y con Wilhelm Furtwängler dirigiendo (en esa ocasión, el asistente del mítico director fue Jascha Horenstein). La
prémière en EEUU estaba programada para ser realizada por Willem Mengelberg con la New York Philharmonic, pero fue cancelada en el último momento porque no se pudieron completar el número de ensayos suficientes para garantizar la interpretación de una obra que el propio director definió como «extremadamente difícil». No fue sino hasta el 13 de febrero de 1928 que la obra fue interpretada en EEUU, en el mítico Carnegie Hall de New York, con Fritz Reiner dirigiendo a la Cincinnati Symphony Orchestra y el propio Bartók como pianista.
El mismo compositor escribió una auto-crítica del concierto: «A mi primer concierto lo considero una obra exitosa en su construcción y expresividad, aunque su estilo musical es muy difícil y quizás es más complicado para los colegas de la orquesta que para el público». En mi humilde valoración, la obra es bellísima y original aunque en general es extremadamente disonante, de expresión seca y mecánica, se requiere de un tallador de diamantes para hacerla brillar como se merece. En mucho, la escasa imaginación con que algunos intérpretes enfrentan esta obra, subrayando lo rítmico e infravalorando su lirismo es lo que ha complicado notablemente su aceptación por el público. La versión que aquí compartimos cumple sobradamente con estas exigencias.
La divina trinidad: Geza Anda
Precisamente, se requiere de un gran pianista para develar un balance entre las grandes exigencias técnicas que la interpretación demanda, el estilo fuertemente percusivo de la entonación y una sensibilidad lírica para expresar la belleza de las frases musicales minimalistas pero enormemente creativas que la obra posee. Muy pocos lo han logrado en esta obra como el gran
Géza Anda…
«El filósofo del piano», fue el calificativo que le adscribieron al gran maestro húngaro del piano, cuando el sello DGG sacó a la luz una retrospectiva de sus grabaciones. El gran maestro Wilhelm Furtwängler, lo apodó cariñosamente «el trovador del piano” luego del espectacular debut de Anda con la Filarmónica de Berlín en 1941.
Geza Anda nació en Budapest en 1921 y murió tempranamente a los 54 años en Suiza, en junio de 1976. Hay que destacar la coincidencia de que los protagonistas de las obras que hoy les compartimos, Fricsay y Anda, fueron dos de los más aclamados productos de la espectacular fábrica de talentos musicales que surgieron de la Academia Franz Liszt de Budapest, y ambos tuvieron el inmenso privilegio de ser educados por genios musicales húngaros de la talla de Zoltán Kódaly, Imre Stefaniai, Imre Keeri-Szanto y Ernst von Dohnányi, por citar sólo unos cuantos.
Luego, a la vuelta de los años, Anda y Fricsay fueron artífices claves para posicionar la obra de maestros húngaros contemporáneos en el panorama musical europeo de la posguerra, destacándose especialmente su trabajo conjunto con obras de Bartók y Kódaly. Sin embargo, sus interpretaciones del período clásico y romántico, especialmente de Mozart y Schumann, también son referencias obligadas en el repertorio. Mi abuelo, en su colección, tenía en enorme estima su ciclo completo de los conciertos para piano de Mozart, que fuera en su época el primer ciclo integral grabado de tales obras (DGG 1961-1969), en las cuales tuvo la doble faceta de pianista y director. Esos vinilos fueron los últimos que en vida escuchó mi abuelo antes de su fallecimiento en mayo de 1980.
Anda no fue una figura mediática, más bien mantuvo un perfil bajo, abstraído en un estudio y devoción constantes al arte de la música, más allá de las marquesinas y los flashes. En vida tuvo muchos reconocimientos. Destacan especialmente su condecoración por el Gobierno Francés en 1965 como Caballero de la Orden de las Artes y Letras y su adscripción como Miembro Honorario de la Royal Academy of Music en 1970.
Respecto a su devoción con la obra de Bartók, Géza Anda testimonió en sus memorias: «…cuando Fricsay y yo fuimos obligados por la audiencia a repetir, en medio de un clamoroso aplauso de más de 20 minutos, el tercer movimiento del Segundo concierto para piano de Bartók en el Concierto Inaugural del Festival de Salzburgo en 1952, se pudo hacer realidad lo que ambos habíamos deseado por mucho tiempo: la aceptación e incorporación formal de dichas obras (los conciertos para piano de Bartók) al repertorio clásico universal. Esa interpretación fue seguida no sólo por una intensa colaboración artística –la cual incluyó no menos de 60 interpretaciones del Segundo concierto entre 1952 a 1959– sino que el establecimiento de una amistad y hermandad entrañables».
Esas palabras encabezaron las memorias de Anda publicadas tan sólo un año después de la temprana muerte de
Ferenc Fricsay, subrayando el inconmensurable valor histórico del documento fonográfico que hoy compartimos con ustedes en Oído Fino. Esta interpretación es, para este escribiente, la cumbre interpretativa y referencial para estas obras. No exagero al decir que estas grabaciones son para la obra de Bartók lo que en su momento las de
Lenny fueron para Mahler: el catalizador definitivo para su inmortalidad actual.
En adición a la publicación completa de los tres conciertos con la trinidad Anda-Fricsay-RIAS Berlín, como epílogo de la serie colocaremos en la marquesina un espectacular encuentro que Anda tuvo con el maestro Herbert von Karajan en 1973, a propósito del
Tercer concierto para piano de Bartók... ¿Y dónde podría ser esto? En el lugar en que todo esto empezó: El Festival Musical de Salzburgo…, pero con una diferencia de 20 años…
Amigas y amigos, reserven el momento más íntimo posible para disfrutar una a una estas obras maestras de la mano de los dos más grandes interpretes bartokianos que han existido.
Siguiente parada…, el
Segundo concierto para piano.