

En 1970, el maestro Georg Solti entraba a estudios con su Chicago Symphony Orchestra para grabar dos sinfonías de Mahler, en lo que era además de una enorme demostración de poder técnico de los ingenieros de sonido de la Decca, también un modo de «empardar» el magnífico nivel de una orquesta que aún hoy mantiene su excelsa magnitud. La Quinta y la Sexta de Mahler, registradas en ese entonces en una catedral de la ciudad, incluyó extrañas disposiciones de los cuerpos orquestales (los vientos, por ejemplo, estaban separados entre sí por muchos metros). El resultado sonoro fue notable. Y el célebre estilo directo y contundente del director encontró su horma con esta obra. Solti lanza un primer movimiento a ritmo vertiginoso, el Scherzo que le sigue es concebido casi como una seguidilla de latigazos perversos salpicados por falsa ingenuidad infantil, un Andante luminoso y un Finale que deja sin respiro, con Solti haciendo dar los tres martillazos, con platillos el segundo de ellos, y llevándonos hasta la desesperación de los acordes últimos en pianissimo, para la debacle en fortissimo y el agónico pizzicato concluyente.
Y llegamos por fin a la versión que Harold Farberman registró, en su ciclo incompleto de Mahler, con la London Symphony Orchestra (a la que se sumaría luego la Royal Philharmonic). Tras ofrecer peculiarísimas versiones de las sinfonía Primera y Cuarta, y una magistral Quinta, Farberman grabó en 1979 la que consideramos es la mejor versión de la Sexta. Hay también aquí tempi lentos, como los hay en Barbirolli, y hay una orquesta que toca en plenitud. La lectura de Farberman es la de una obra que debe sonar como un cuerpo en movimiento, en el que las partes del mismo no son distinguibles a primera vista: funcionan en conjunto y en pos de los vaivenes de las notas. Y en la Sexta (una grabación no siempre mencionada en las referencias por el particular destino que corrieron estas versiones de Mahler), Farberman ofrece todos los contrastes posibles sin perder un ápice de coherencia.
El maestro estadounidense solía pensar (hasta su grabación pionera de la Décima reconstruida por Clinton Carpenter) que a Mahler se lo tocaba siempre «muy rápido». Por eso cumple con atemperar los tempi pero, a diferencia de Barbirolli, jamás se asoma siquiera a la exacerbación. Farberman explota el carácter emotivo (pesimista) de la obra, y hace dar a cada pasaje su mayor entrega, con una Sinfónica de Londres que le sigue el paso a las mil maravillas.

Leonard Bernstein es, ni falta hace decirlo, uno de los grandes difusores de Mahler en el mundo y alguien que sentía como suya la música del bohemio. Cuando a mediados de los ’80, Lenny comenzó su tercer ciclo sinfónico de Mahler para la DG (antes había grabado uno con su Filarmónica de New York para CBS y uno en video), en plena era digital, su relación con la música de Mahler era la de un director maduro y consolidado. Y fue con la Wiener Philharmoniker, nada menos, que grabó algunas de las mejores versiones, entre las que están la Quinta y la Sexta de Mahler. En el caso de la «Trágica», de 1988 y con tomas en vivo de sonido perfecto, suya es una versión similar a la del DVD, con ritmos galopantes en el primer y segundo movimientos (Bernstein jamás dudó en tocar en el orden S/A), con un Scherzo prácticamente expresionista en sus sonidos, un Andante casi en adagio, romántico y dolido, y un Finale a la manera de Lenny, sin claudicar en la vena emotiva y apasionada de la partitura (aunque cambia, y por única vez no da el tercer golpe de martillo). Como sucede con la Quinta o la Novena (especialmente), es ésta una obra tan en sintonía con el estilo de Bernstein que no podía menos que ser, la suya, una lectura de excepción.
La de Solti no está enlazada.
ResponderEliminarYa tá. Gracias.
ResponderEliminarUn detallito en todo este buen despliegue mahleriano Fernando, Bernstein sí da los tres golpes de martillo en la Sexta con DG.
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