El fuego mahleriano de Eschenbach
El pianista y director alemán Christoph Eschenbach no ha tenido buena fortuna a la hora de conseguir lo que, seguro, es uno de sus anhelos: grabar un ciclo con las sinfonías de Gustav Mahler. Y suponemos que es uno de sus deseos dado que considera a Mahler «el mayor sinfonista de todos los tiempos».
Tal proyecto pareció abrirse en el horizonte cuando se hizo cargo de una agrupación de fuste como la Philadelphia Orchestra, aquélla que llevaran a sus más altas cotas en el siglo XX los legendarios directores Leopold Stokowsky y Eugene Ormandy.
Pero el «matrimonio» entre Eschenbach y la Orquesta de Filadelfia estuvo sentenciado desde el nombrambiento de la batuta titular en 2003: los músicos no estuvieron de acuerdo con que se lo designara sin su aprobación (rechazaban el hecho de que el alemán no los dirigía desde hacía 5 años) y tras una tensa relación poco ayudada al parecer por James Undercofler –presidente de la agrupación–, el director dejó su puesto en 2008, para convertirse en un director invitado y dejar el podio a Charles Dutoit.
En el poco tiempo que pudo hacerse cargo de ese magnífico cuerpo orquestal, y a pesar de la «falta de química», Eschenbach grabó para el sello Ondine algunas obras de Chaikovsky y Shostakovich y, por supuesto, Mahler, en una entrega que se redujo a dos sinfonías: la Sexta (que estuvo acompañada en el disco doble por el incompleto Cuarteto para piano) y la Segunda. Una más, la Cuarta, está disponible en la web de la orquesta, y hay una «Titán» que sólo fue emitida en las radios estadounidenses.
En concierto, sin embargo, Eschenbach (nótese la coincidencia con el apellido del personaje de la película Muerte en Venecia, que popularizó el Adagietto y está inspirado en Mahler) pudo tocar mucho del autor de los Kindertotenlieder.
Entre sus interpretaciones en vivo, una de las perlas rescatadas por los cazadores de tomas de concierto está, sin duda, su versión de la Novena sinfonía en el Carnegie Hall de Nueva York (enero de 2005). Lectura que tiene mucho de Eschenbach y mucho de la Philadelphia Orchestra. Y todas son virtudes.
En cuanto a la agrupación, tenemos su altísimo nivel, su sonido casi europeo (¿vienés?), sobre todo de los metales y las maderas. Suena como una de las grandes, eso es inapelable.
En cuanto al director, lo que primero salta al oído es su concepción de los tempi. Eschenbach reconoce públicamente que gusta de los «tempi flexibles», y si es posible, lentos. «Los tempi rápidos me dan una sensación de superficialidad». Quien desee muestras de esa concepción, tendrá ahora en esta Novena de Mahler y, sobre todo, en el majestuoso Andante comodo inicial, la mejor prueba. Son casi 31 minutos, por poco la versión más larga, excepción salvada por la inolvidable versión de Giulini con otra orquesta estadounidense: la de Chicago. En esa media hora, Eschenbach no abandona su carácter meticuloso y «objetivo», pero sin embargo construye de a poco un discurso emotivo que cuando menos lo advertimos nos tiene atados en una pira en la que ardemos gozosos hasta el acorde final.
Cuando entramos en los movimientos centrales, y sobre todo en el Rondo-Burleske, ya estamos en vilo, y los de Philadelphia hacen de las suyas dando muestras de su poderío, de altísima calidad, aunque quizá no tan notables como en el primer movimiento (es curioso: a Barenboim le pasa lo opuesto con la Staatskapelle Berlin, y consigue dos de los mejores movimientos centrales jamás grabados y otros no tan buenos movimientos externos). Igual, el terreno está abonado para el Adagio final, con el que Eschenbach termina de atraparnos. Sin gratuidades, claro está: los trémolos de las cuerdas no tienen nada de edulcorado, suenan más bien a cierta furia contenida, a un lirismo cuasi rústico que se va haciendo de a poco más terso, con la ayuda de la trompa que contesta desde el fondo de la escena, y mostrando la destreza del director para seguir una idea clara y la de la orquesta para llevarla a cabo.
Estamos antes una excelente versión, qué duda cabe, y sólo debemos lamentarnos por no poder contar con un producto tal como el de las ediciones oficiales Sexta (aquélla que, sin ser genial, tenía uno de los Scherzo más vibrantes jamás grabados) o la Segunda.
Sin embargo, difícilmente Eschenbach capitule y deje de tocar y grabar a Mahler. Así que los amantes del compositor no podemos menos que estarle agradecidos.
La presente versión (que se obtuvo del foro español dedicado a Mahler) incluye, además de los cortes entre movimientos, unas portadas diseñadas especialmente para los lectores de este blog.
Deben descargar las dos partes y recién después hacer doble clic en la última de ellas para descomprimir el archivo.
ResponderEliminarEschenbach es un músico integral y sorprende que no haya cuajado su
ResponderEliminarasociación con la Orquesta de Philadelphia, la cual dejó al menos en el mismo alto nivel artístico en que la recibió de Sawallisch. La 6ta de Mahler de
esta serie es excelente, aunque
no la mejor.
Saludos,
M-S.