La Segunda de Brahms
La semana pasada tuvo lugar en la capital de El Salvador, San Salvador (cuidad en donde resido), el séptimo concierto de la Temporada 2009, en cuyo programa se incluyó bajo dirección de Irving Ramírez la Segunda sinfonía de Johannes Brahms, una obra que pertenece al grupo de mis obras favoritas, y para la cual mi máximo ideal son las lecturas que nos legó el maestro Herbert von Karajan.
Al maestro Karajan celebramos en el centenario de nacimiento el año pasado y su vigésimo aniversario luctuoso recién recordamos hace sólo cuatro días, para lo cual aprovecho para invitar al lector a visitar mi artículo sobre la vida del maestro Karajan y su sobredimensionada vinculación nazista en el blog de elcuervolopez.
El concierto de San Salvador fue, en mi calificación personal, uno de los mejores que se han tenido de la temporada y con una obra que no es nada fácil de interpretar, particularmente en su amplia variedad de imágenes sonoras que se pintan en su partitura, que evolucionan de imágenes líricas y bucólicas en sus dos primeros movimientos hasta las visiones más fuertes y dinámicas que se incluyen en el último movimiento. Por ello la invitación de Fernando es más que oportuna para visitar esta obra.
La génesis de esta obra maestra es muy particular… Fue concebida durante el verano de 1877 en los Alpes austríacos, tomó menos de tres meses su composición y fue estrenada al final de ese mismo año, con Hans Richter dirigiendo la Filarmónica de Viena. Lo que demandó es casi escandalosamente breve, si tomamos como base los 15 años que le tomó a Brahms escribir la Primera sinfonía. Los contrastes además son muy notables… de lo sombrío y dramático (enfatizado sobre todo por la clave de la Primera: Do menor) al espíritu alegre y bucólico que se respira en esta Segunda sinfonía.
Me gustan sobremanera la forma en que el primer tema es expuesto en el primer movimiento entre los chelos, bajos y luego es pasado a los cornos, para luego presentarse en su forma principal desde una evolución inicial en las maderas que concluye en un fortísimo en pleno. El movimiento entero está básicamente construido a partir de las exposiciones, variaciones y reiteraciones de este primer tema, en contraste con un segundo tema en Fa sostenido menor expuesto hacia los cuatro minutos de iniciada la obra.
El segundo movimiento expresa la parte más sombría de toda obra, pero para nada es comparable de los abismos dramáticos a los que se llega en la Primera sinfonía. La tensión de los registros bajos de la orquesta (particularmente en los chelos y fagotes) deja sin embargo, momentos en los cuales Brahms introduce variaciones bellísimas en los violines y las maderas: la sensación general es como que si se nos quiere evocar el cielo en el atardecer de verano en los Alpes… a veces nublado, con retazos de sol, pero aun en ello, se brinda al escucha una notable sensación de paz interior.
En este movimiento, así como en el resto de la obra, Brahms alterna evoluciones drásticas de compás: en esta sección de la obra, los cambios van de un 4/4 hacia un 12/8 a la mitad con una sección mixta que evoluciona nuevamente hasta 12/8 en la parte final… un poco fuera de lo común para un movimiento lento, sin embargo, nos anticipa el frenesí del movimiento final.
El tercer movimiento es una simpática construcción de ritmos danzantes, los cuales son presentados de forma muy simplificada y con una orquestación más básica… los bronces casi desaparecen de la paleta, dando énfasis a los violines y los registros altos de las maderas, en particular de las flautas. Su desarrollo me recuerda lo etéreo de la Segunda Suite para Orquesta de Bach.
En este contexto, el Finale rebosa entusiasmo y luminosidad, tiene elementos que nos recuerdan la energía del último movimiento de la Séptima sinfonía de Beethoven, con notables cambios de ritmos y un frenesí incontenible en la que los grupos instrumentales compiten por ser protagonistas, incluso con superposiciones temáticas. En ello, la construcción general alienta el entusiasmo e introduce «frenazos» notables en pro de accelerandos delirantes que subrayan la intensidad de los temas hacia una explosión final que cada vez me hace saltar del asiento, cuando la escucho.
Aquí tendrán dos oportunidades de apreciar esta obra (ambas en registros en vivo), una, de gran valor histórico corresponde a la Colección Especial de la Royal Concertgebouw de Amsterdam (fruto de la colección de don Fernando), la mejor orquesta del mundo según el polémico ranking de la Gramophone, de la mano de su director actual, el letón Mariss Jansons; y una segunda grabación (con todo mi aprecio desde mi colección personal) en la onda de «instrumentos de la época» con John Eliot Gairdner y su orquesta de especialistas del Siglo XVIII (la Orquesta Revolucionaria y Romántica), que en su edición original trae en oferta varias obras poco conocidas de Brahms y Schubert de ribete.
No quiero prejuzgar al auditorio, pero sigo con mi ideal en Karajan, para lo cual recomiendo visitar a nuestro querido amigo elcuervolopez para obtenerlas. Otra integral para comparar, el espléndido ciclo que nos dejo Celibidache con la Orquesta de la Radio de Stugttgart, pero… dejemos algo para otros post futuros.
Jansons me parece que no es capaz de hacer el contraste entre el inicio bucólico de la obra y su tempestuoso final, mantiene casi un mismo tono, timbre y énfasis en toda la obra, lo cual no contribuye a expresar todo lo que la obra nos ofrece. En el otro extremo, la lectura de Gardiner es más impulsiva e intensa, pero en ello atropella algunos momentos de la belleza del primer movimiento y los matices del segundo, sin embargo… ¡por Dios que su Finale me hace saltar del asiento! Comparen con el Maestro Karajan y de paso visiten a elcuervolopez. Hasta la próxima.
Hubiera sido recomendable colocar también la grabación de Karajan, ya que el columnista la pone como
ResponderEliminarmodelo y hacer así más interesante
el experimento de la comparación.
Como siempre, excelentes escritos
los de Ernesto.
Saludos,
M-S.
Magnifico!! A eso le llamo yo música a la carta, jejejeje.
ResponderEliminarM-S.
Mil veces mejor es Karajan. Alemanes por alemanes.
ResponderEliminarA ver si solucionan( ya desde la época del recordado Cuervo) que tenga que utilizar anónimo para enviar o yo soy muy tronco
José Ordoñes
José: me parece que sos muy tronco (je je).
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Saludos.
Ah: por cierto, si bien Brahms sí era alemán, Karajan era austríaco.
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