Emoción y aplausos en la música contemporánea
Hace tiempo, elcuervolopez ofrecía un atractivo disco con obras de Detlev Glanert, en un post no exento de socarronería y que dio origen a la siguiente reflexión.
No era El Cuervo el único «enemigo declarado» de la llamada música contemporánea, eso ya lo sabemos, pero sus argumentos contra la misma, vertidos por ejemplo en la irónica presentación del citado disco, nos permiten arremeter contra esas mismas excusas interpuestas para desprestigiar esta vertiente experimental de buena parte del repertorio musical sinfónico del siglo XX y del actual.
En efecto, nuestro recordado amigo remarcaba con su habitual socarronería la escasa capacidad emocional de las obras adscriptas a esta vertiente, y por supuesto, su patente impotencia para despertar aplausos.
Pue bien: no concuerdo para nada ni con el desprecio irrestricto a estas obras ni mucho menos con los parámetros utilizados para rechazarlas. Como prueba de mi apertura a estas piezas puedo ofrecer sendos artículos publicados en este blog con mi firma, uno referido a la sinfonía Turangalîla, de Olivier Messiaen, y otro a un CD con piezas de Luigi Nono o Gyorgy Kurtág.
Las razones
¿Por qué no me parecen en absoluto válidos esos parámetros? Por dos razones, diríase, contrapuestas. La primera razón es que no veo por qué hemos de valorar la calidad o validez de una obra por su mera «capacidad de despertar emociones». Se trata ésta de una variable tan tremendamente subjetiva, que se convierte casi en una sinrazón. Y esto porque así como hay personas que tiemblan de emoción al escuchar, por ejemplo, una canción de Ricardo Arjona, a mí me resulta particularmente vulgar.Del mismo modo, difícilmente conseguiremos que un oyente de Maná, tiemble de pavor con el primer movimiento de la Novena de Mahler, como a mí me pasa. Y esto mismo puede pensarse a la hora de considerar la emotividad de una obra de manera tan tajante: no veo por qué no ciertos tramos de la mencionada Turangalîla no sean capaces de acongojar, de excitar, de vibrar, en suma, de hacer de la escucha una cuestión «de piel».
A mi juicio, no debe ser esta sola capacidad o su ausencia la que nos lleve a juzgar una obra.
No se me ocurriría pedirle «emoción pura» a la obra Autobahn, de Kraftwerk, como no le pediré «objetivismo» o «experimentación sonora» a un vals de Strauss II (h).
La otra razón es más sencilla y tiene que ver con lo anterior: como digo, no soy de remitirme a ese parámetro exclusivo a la hora de juzgar una obra. Pero al mismo tiempo, podemos argumentar ad hominen, y suponer que vamos a dejar que sea ésa la variable. Ya lo habíamos adelantado: sí que hay obras capaces de emocionar. De llenar las salas de conciertos. De despertar aplausos rabiosos.
Las pruebas
Tales afirmaciones serían gratuitas si no viniesen acompañadas de una prueba que las confirme.Y aquí la traigo. Se trata de la obra Asyla, del inglés Thomas Adès. Una obra contemporánea «hecha y derecha», para decirlo también socarronamente. Se trata de una especie de mini sinfonía en cuatro movimientos, regida por los ritmos irregulares, por el uso activo de la percusión, las disonancias y la utilización de instrumentos no convencionales. Entre éstos aparecen un gong que es hundido en un tarro de agua, una bolsa llena de tenedores que son golpeados por una madera o la tapa de un piano que es cerrada abruptamente.
Fuera de esos golpes de efecto, la pieza del joven compositor inglés se permite momentos muy emotivos. Entre ellos, el segundo movimiento, por ejemplo, que en ritmo de adagio explora las capacidades expresivas de los instrumentos de la orquesta (en este caso, nada menos que la Filarmónica de Berlín), para tratarla como pequeños grupos de cámara que van sonando alternadamente. O el tercer movimiento, subtitulado Ecstasio, capaz de intrigar con su sonoridad enloquecida.
La versión que aquí se ofrece es la del estreno de esta obra, en 2002, por la Berliner Philharmoniker, dirigida por Simon Rattle, en su concierto de presentación como titular de la célebre agrupación. Se trata de un registro que sólo apareció comercialmente en DVD (en una edición que incluía como pieza central la Sinfonía Nº 5 de Gustav Mahler), y por eso tiene especial valor esta entrega, pues permite oír las pistas sonoras como si estuviéramos sólo ante el disco. Como para no distraernos con las contorsiones de los intérpretes.
Por supuesto, los lectores-oyentes podrán medir por ellos mismos la capacidad emotiva de la pieza y escuchar, además, la ovación que le regala a la interpretación el exigente público berlinés.
Excelente recomendación. La he disfrutado en la versión de the City of Birmingham Symphony Orchestra.
ResponderEliminar¡Saludos!
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ResponderEliminar¿Qué te pasa con Maná, Toledo? ¡He ligado más minas con Maná que con Adès! Aunque concuerdo: las de Arjona no valen la pena. Saludos.
ResponderEliminarHay un problema con el link que me obligará a subir otra vez los archivos. En unas horas, estará listo: recuerden que hay que hacer una transcripción del DVD para extraer de éste sólo el audio.
ResponderEliminarBARULLO:
ResponderEliminarLas minas ligadas gracias a Maná son minas antipersonales.
Hola Fernando. yo si concuerdo plenamente con el cuervo. las emociones son lo basico para disfrutar del arte. en mi caso tengo mis sentidos cerrados a la poesia no se si voluntaria o involuntariamente. leo poesia y no siento nada creo que porque no la entiendo. siempre ha sido muy dificil para mi leer poesia y sentir algo. como no siento nada no le dedico tiempo. se puede disfrutar de la musica sin sentir nada x ella? puedes tener una relacion amorosa sin amor???? creo que no. no puede haber placer sin sentimientos. aclaro que hablo de sentimientos en general y no alguno en particular. en resumen si no te transmite nada pues te quedas con lo que si te hace sentir. cual musica es mas sentimental? la de antes o la de ahora? pues creo que eso si da para un debate laaaaarrrrrgooooo.
ResponderEliminarSaludos.
Alex.