La integral sinfónica de
Gustav Mahler grabada por
Eliahu Inbal a mediados de la década de los ’80, en el siglo pasado, es, antes que todo, algo así como una demostración de poder sonoro del sello editor,
Denon. La empresa japonesa homónima, célebre por sus equipos de audio, llevaba adelante por entonces una colección de música clásica y jazz que alcanzó a construir un prestigioso repertorio, el cual ahora parece haber abandonado para seguir el camino de los
«clásicos de venta rápida».
Una batuta elogiadaInbal (Jerusalem, 1936), quien por entonces era considerado
«una de las mejores batutas jóvenes de Europa» (cf. la entrevista realizada por
J. L. Pérez de Arteaga para
El País de Madrid, el 13 de noviembre de 1982), ejercía como titular de la
Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt desde 1974. Formado como violinista, el israelí dio el salto como conductor al ser apadrinado por Leonard Bernstein y tomar luego clases de dirección con figuras tan insignes como Sergiu Celibidache o Franco Ferrara.
Acaso Denon haya visto en Inbal algo así como el heredero de Bernstein, y se convirtió en su
«director-insignia». Para el sello, el director grabó, entre otros discos, las integrales sinfónicas de
Mahler, Piotr Ilych Tchaikovsky y Dmitri Shostakovich; las dos primeras, con su orquesta de Frankfurt, y la última, junto a la Sinfónica de Viena. Además, registró las obras orquestales completas de Hector Berlioz y Maurice Ravel.
Un ciclo especialísimo
La integral de
Mahler, apuesta absoluta de Denon, llegó en un momento de plenitud y entendimiento entre Inbal y su orquesta, y casualmente en competencia con la desordenada integral mahleriana que hizo Bernstein en digital, para DG. La de Inbal, sin embargo, llegó con varias novedades: primero, se realizó de manera cronológica, desde la sinfonía
1 a la
9 y el adagio de la
10. Segundo, Denon puso para la producción lo mejor de su tecnología sonora, cuestión por la que veinte años después, los registros siguen siendo admirables. Tercero, se realizó en un período de tiempo tan corto (entre febrero de 1985 y setiembre de 1986) que resulta increíble imaginar a Inbal y a sus músicos ensayando frenéticamente las difíciles partituras y perfeccionándolas para que quedaran plasmadas en tan fascinante epopeya.
El resultado recibió numerosos elogios (premios Diapason d’Or, Grammophone, Choc de la Monde de la Musique, Deutsche Schallplatenpreis, Prix Caecilia, etc.) y debió de satisfacer no sólo a los oyentes, sino también a Denon y al propio Inbal, ya que al finalizar el ciclo se decidió agregar al arsenal mahleriano
La canción de la tierra (en marzo de 1988) y la
Sinfonía Nº 10 (en febrero de 1992, acorde a la primera revisión de Cooke, más conocida como Cooke II). Aunque Denon armaría con eso una integral de 15 discos, Inbal también registraría luego para los japoneses, esta vez con la Sinfónica de Viena, más obras de Mahler: las
Canciones para los niños difuntos, Las canciones de Rückert y
Canciones para un camarada errante.El Mahler de Inbal
Inbal concibe las sinfonías de Mahler como un continuo, hacia dentro de cada obra como hacia la totalidad de las 11. Avanzar en sus grabaciones permite hacerlo como en un camino, con naturalidad (contra aquellos que, por ejemplo, dicen que entre la Sinfonía Nº 1 «Titán» y la Sinfonía Nº 2 «Resurrección» hay un «salto» de magnitudes).
En Inbal, o más bien en la adición «Inbal + Denon» sobresale una característica notable: a pesar de que el director no piensa (a la manera objetivista) la música para que puedan oírse casi aisladamente los sonidos, sino como una masa en movimiento, las características de su elegante fraseo y la gran calidad de los equipos Denon hacen que las obras sean a la vez claras y compactas. Así, todo se oye, pero todo es parte indisoluble de algo más. Y si bien Eliahu no tiene frente a sí a monstruos orquestales como las filarmónicas de Viena o Berlín, la orquesta de la radio de Frankfurt parece congeniar a la perfección con su batuta titular, porque suena a un gran nivel.
Amante de los tempi lentos, imprime Inbal a sus lecturas una sutileza y fragilidad de las que hace surgir una pasión creciente, entre romántica y expresionista, como quien lee a Mahler a la luz de lo que significó su legado.
Para cualquier director es difícil conseguir un ciclo mahleriano perfecto. Inbal no es la excepción, pero en cualquier caso, todas sus versiones son de gran altura, y alcanza sus cimas mayores en las sinfonías 5, 7, 10 y Das Lied von der Erde, mientras ofrece convincentes lecturas de las 1, 2 y 8. Su Sexta «Trágica» es discutida por su lentitud, sobre todo en el primer movimiento, pero de innegable calidad, y es uno de los casos en que la grabación parece sumergirnos en medio de la orquesta, como si estuviéramos allí sintiendo su pulso.
El merecido rescate
A más de dos décadas de los inicios de tamaña producción, el sello económico holandés Brilliant Records decidió honrar esas grabaciones de Mahler por Inbal republicando la integral en una impecable caja con los 15 discos, cada uno en su sobre de cartón, y acompañados por un libreto de 44 páginas con notas atinadas y completas. El diseño es sencillo pero impecable (el de las portadas de Denon era directamente deslumbrante), y permite rescatar y darle actualidad a un conjunto de grabaciones que sin dudas merece ubicarse junto a ciclos completos de nombres más célebres (Bernstein, Solti, Haitink, Kubelik, Abravanel), pero ante los cuales éste de Inbal no se queda atrás.
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Compartimos aquí esa integral, con este artículo ya publicado originalmente el el blog del Cuervo, pero en esta ocasión y para celebrar la llegada de 2010, año del centenario del natalicio de Mahler, le sumamos la versión de Inbal de El cuerno mágico del muchacho y las Canciones de un camarada errante, con la Wiener Symphoniker y las dotadas voces de Iris Vermilion, Bernd Weikl y Jorma Hynninen.